Los periodistas cometemos errores todos los días. No es porque seamos malos sino sólo porque somos humanos. Y lejos de ser objetivos, como se nos ha pedido y como hemos creído, somos sujetos como otros muchos. Eso significa que, además de las ideas y tendencias personales que cada uno defenderá, también tenemos debilidades, muchas de las cuales terminan en errores. Es viejo el chiste ese que dice que los médicos entierran sus errores y los periodistas los publican.
Para prevenir esas malapraxis periodísticas se escribieron decenas de libros de ética y estilo y hasta algunos manuales de idioma urgente, para los casos más leves en los que las únicas víctimas son la ortografía o la gramática. Para combatir errores de consecuencias potencialmente más graves, organizaciones como Fopea (Foro de Periodismo Argentino) impulsan las buenas prácticas éticas y técnicas del oficio. Es decir, hay cosas que se resuelven con adquirir ciertas técnicas, procesos o rutinas del oficio, algo que se logra con capacitación específica. Pero, claro, hay cuestiones todavía más profundas, en la que es necesario fijar límites claros y establecer guías que ayuden a la conciencia a elegir lo correcto: allí están los códigos de ética y los compromisos profesionales.
Fopea, la única organización institucional argentina de periodistas profesionales (hay otros agrupamientos, pero aún no han logrado superar la informalidad de lo grupal), representa en alguna medida esa búsqueda por el ejercicio de un periodismo libre, ético y de calidad. Después, cada periodista aportará su visión, más o menos teñida de su pensamiento y convicciones. Esa es la idea básica del periodismo profesional, que está más allá de la pelea chiquita entre «independientes» y «militantes». Una puja netamente argentina que colegas periodistas de otros países no alcanzan a entender. No lo entienden ni Robert Cox ni Ignacio Ramonet. El periodismo profesional es sencillo de describir pero difícil de practicar: es una práctica de códigos (por ejemplo, el off the record; y la protección de las víctimas, los niños y los más débiles en general) con un ABC elemental, que incluye consultar a todas las fuentes, contrastar los datos, entender los acontecimientos para poder explicarlos a las audiencias, con las que ahora además debe conversar.
Ese periodismo profesional, que no es de izquierda ni de derecha (categorías que a mi criterio ya no sirven para explicar nada, mucho menos realidades políticas dinámicas -y si no, pregúntenle a Horacio Verbitsky), está bajo fuego. Es atacado con todas las fuerzas por quienes buscan instalar un dualismo tan simplista como peligroso que señala como natural la existencia de un periodismo opositor y otro «militante» (a este sector la palabra «oficialista» le resulta un poco vergonzante). Son los que justifican que en el canal de TV estatal prácticamente no invite a dirigentes opositores (¿cuántas veces estuvieron Mauricio Macri, Alberto Rodríguez Saa o Hermes Binner, por citar algunos) porque esos políticos de «la Opo» tienen a todos los medios de «la Corpo» a su plena disposición. Suponiendo que la Corpo sea eso que nos presentan… digamos que no he visto allí a más dirigentes oficialistas (y de los más recalcitrantes, porque los tibios no van) que en otro lado.
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